jueves, 9 de octubre de 2008

El Nobel y la muerte

El francés J.M.G. Le Clézio, a quién hemos falsificado largo y tendido en este blog, ganó hoy el Nobel de Literatura. Prepárense para las ediciones que tanto buscábamos y nunca aparecían en castellano, para la arremetida de alguna editorial top (igual me alegro por la gente de El cuenco de plata y su buen ojo), y para las burradas que ya se escuchan por televisión. El presentador de TN lee el cable que le picaron con terror de equivocarse en cada palabra, porque no tiene ni idea de lo que está diciendo. Pero el Nobel es así, como el Mundial, como los Juegos Olímpicos, como la muerte, habilita a cualquier opinólogo del circo televisivo a hablar de cualquier cosa.


Y si no me creen, tendrían que haber visto esta mañana a Tomás Abraham, el primero en salir por los medios a contar quién era Nicolás Casullo. Patético. Por suerte, después habló JP Feinmann. Para los presentadores era como entrevistar al león del zoológico, preguntándole por la muerte del orangután: una incursión en un mundo completamente ajeno, habitado por bestias de dudosa domesticación.


De Casullo no puedo decir nada demasiado original. Fue mi profesor en la facultad y lo admiré de un modo casi inevitable. Sé que es infantil, pero no dejo de pensar lo de siempre en estos casos: ¿Por qué no se mueren sólo los hijos de puta?