Vía
El hombre que comía diccionarios me entero que
mamihlapinatapai es una de esas palabras hermosas que se perdieron con las lenguas cortadas durante la conquista de América. Pero además de su belleza, este vocablo propio de los Yámanas (uno de los pueblos originarios de la Tierra del Fuego) tiene la particularidad de aparecer en el siempre bizarro
Libro Guinness de los Récords como "la palabra más suscinta del mundo". Su significado es a la vez extraño y familiar: se refiere a "una mirada entre dos personas, cada una de las cuales espera que la otra comience una acción que ambos desean pero que ninguno se anima a iniciar".
La Isla de los Pájaros, tierra Yámana en pleno Canal de Beagle
¿Qué acciones abarcaría esta definición? ¿Se mirarían dos yámanas antes de asaltar una presa de caza? ¿Al comenzar a remar para impulsar sus canoas? ¿O antes de tener sexo? ¿Mamihlapinatapai describiría una situación frecuente, o algo excepcional? Es difícil saberlo. Lo cierto es que la palabra implica un alto nivel de abstracción, además del poder de síntesis destacado por los Guinness boys.
El rescate de la lengua yámana se lo debemos en gran parte a Thomas Bridges, uno de los misioneros de la Patagonian Missionary Society que se preocupó por aprender el idioma de los nativos y escribió un primer diccionario yámana-inglés que incluía más de 30 mil términos. Bridges también fundó el primer asentamiento cerca de lo que hoy es Ushuaia.
Pero antes de la llegada de los misioneros, hubo un experimento de evangelización bastante más cruel. En
Patagonia: mitos y certezas, Alejandro Winograd cuenta la historia de los cuatro yámanas que fueron secuestrados y llevados a Inglaterra por el capitán
Robert Fitz Roy en su primer viaje al Atlántico Sur a bordo del
Beagle, en 1830. Se trataba de tres hombres y una nena, que fueron rebautizados por la tripulación como Jemmy Button, York Minster, Boat Memory y Fueguia Basket. Meses después, dos de los varones (Boat Memory murió de viruela antes de llegar a Europa), y la chica desembarcaron en Londres. Allí, vestidos a la moda europea y con un rudimentario inglés aprendido durante la travesía, se entrevistaron con los reyes Guillermo IV y Adelaida de Sajonia.
La prensa se hizo eco de la
exótica transculturación puesta en marcha por el capitán del
Beagle, un exponente de la alta burguesía británica y cristiano fundamentalista. Desde este lugar y siguiendo el paradigma antropológico de la época, Fitz Roy había supuesto que los yámanas debían ser incluidos en un proceso de "civilización" que fusionara aspectos educativos y religiosos.
Sin embargo, el proyecto debió enfrentar el reclamo de voces humanitarias -predecesores de los actuales defensores de los derechos de migrantes y refugiados- que se oponían a la exposición de los indios como fenómenos de circo. La presión fue tal que Fitz Roy decidió acelerar el regreso de los yámanas a la Tierra del Fuego y los incorporó a su viaje de 1831, otra vez a bordo del
Beagle. Esta vez, los yámanas contarían con un excepcional compañero de travesía: el joven naturalista
Charles Darwin, cuyas discusiones con Fitz Roy -acérrimo defensor de las teorías
creacionistas- se convirtieron en una expresión más del clásico clima de época.
Los tres yámanas sobrevivientes fueron devueltos a sus islas y poco más se supo de ellos, hasta que en 1834 el
Beagle, de regreso a Inglaterra, volvió a pasar por las islas. Allí se reencontraron con Jemmy, cuyo verdadero nombre era Orundellico. El yámana conservaba un buen manejo del inglés pero había vuelto a usar su vestimenta tradicional y rechazó todos los ofrecimientos que le hicieron para volver a Europa.
El Chaltén, rebautizado Fitz Roy, en Santa Cruz.
Más de veinte años después, Orundellico fue acusado de organizar una rebelión contra la primera misión evangelizadora que la Patagonian Missionary Society montó en las islas. Como resultado del ataque de los yámanas -a los que todos los cronistas describen como absolutamente pacíficos, pero que imagino estarían hartos de ser objeto de experimentación- el grupo de misioneros británicos fue masacrado en su refugio de la bahía de Wulaia. Jemmy murió en 1863. Poco después, uno de sus hijos siguió sus pasos y visitó Inglaterra guiado por otro misionero, Waite Stirling.
La historia de Orundellico, o Jemmy Button, fue contada por Bruce Chatwin en el increíble Patagonia. La escritora argentina Sylvia Iparraguirre también le dedicó su novela La Tierra del Fuego. Y lo más extraño de todo: husmeando en la red para escribir este post me encuentro con que el bueno de Jemmy pronto tendrá una película, realizada por dos productoras chilenas.