viernes, 8 de febrero de 2008

Urania - J. M. G. Le Clézio - Primera parte

Urania es uno de esos libros que saben esperar entre las sombras, al final de una calle adoquinada de supuestas casualidades.

El 20 de octubre, día del cumpleaños de mi hermano, salí del trabajo muy tarde y corrí por las calles de San Telmo hasta estamparme como un moscardón contra la cortina recién bajada de la Librería de Ávila. Eran las 8 en punto de la noche. El encargado me miró y sus ojos pasaron revista a las gotas de transpiración que empezaban a chorrear por mi cara, al otro lado del cuadradito de hierro. Entonces lancé una especie de ruego, algo medio patético del estilo: "Por favor, dejame pasar, necesito comprar un regalo". El tipo abrió la puerta de la reja y después corrió el pasador de la entrada de madera. "¿Sabés lo que vas a comprar? Porque ya me tengo que ir", advirtió mientras yo me lanzaba hacia los primeros estantes de la librería. "Sí, sí", mentí. Al minuto lo tenía detrás mío esperando que le dijera el título que quería. "¿Tenés algo de Queneau?", pregunté dispuesto a sacrificar la tarjeta de crédito, tras recordar que pocos días antes habíamos estando hablando con mi hermano sobre Oulipo.

"¿Quene... qué?", preguntó el vendedor con la desesperación de quien esperaba una facturación rápida de la mano de Pigna, Coelho o algún otro best sellerista cercano a la caja. "No, pibe, de eso no tengo nada". Me di vuelta y miré el salón mientras intentaba recordar al mismo tiempo algún otro autor que le gustara a mi hermano o, en el peor de los casos, la hora a la que cierran los shoppings. Entonces el vendedor volvió a hablar con su voz impaciente. "¿Te gustan los franceses? Recién me llegó esto", dijo y señaló a un costado del mostrador. Envueltos en un plástico transparente esperaban unos 50 ejemplares de Urania. Recordé alguna nota de suplemento literario y ese nombre que resonaba cada año en las listas del Nobel: Le Clézio. Leí la contratapa por falsa dignidad, pero en cuanto lo tuve en la mano ya sabía que lo iba a comprar. Y si a mi hermano no le gustaba, mejor. Pero le gustó.

En alguna de las comilonas familiares de fin de año nos encontramos y él insistió en que era el libro ideal para que me llevara a mis vacaciones por el Sur. El día antes de irme pasé por su casa a buscarlo. Había recuperado el interés, pero ahora tenía una larga fila de competidores: Historia del llanto, de Pauls; Vidas de santos, de Fresán, y un par de clásicos que ya se habían ganado un lugar en mi mochila viajera. Pero Urania, que entró con lo justo en el bolso de mano, los superó a todos.

A poco días de andar vagando por la Patagonia y después de enojarme bastante con la intrascendente novelita de Pauls, por fin llegó el momento. Pero el comienzo tampoco podía ser normal. Empecé Urania a bordo de un desvencijado avión de Aerolíneas Argentinas que intentaba con mucho esfuerzo elevarse sobre el Canal de Beagle. La puerta de la cabina no cerraba y se golpeaba constantemente. A mi lado una azafata ensayaba muecas de salvataje para explicar cómo respirar con una máscara de oxígeno si te caés de 10 mil metros. Por casualidad, mis ojos se fijaron en sus zapatos, azul oscuro con la puntera celeste, los colores de Aerolíneas, "la Argentina que levanta vuelo". Pero había algo raro: uno de los zapatos estaba rajado de lado y la chica hacía malabares para no perderlo. Mientras tanto, al fondo, las dos turbinitas largaban jadeos de final de fiesta y mis oídos empezaban a querer estallar. Nunca le tuve miedo a los aviones, pero siempre le tuve fobia a las empresas. Más si son privatizadas, más si son españolas, más cuando cinco días antes nos habían dejado varados en una sala de embarque de Ezeiza por 24 horas. A mi lado, como quien no quiere la cosa, un turista juntaba las palmas y musitaba alguna plegaria en alemán. Al otro costado, pasillo de por medio, mi mujer se enfrascaba en la lectura de la revista para pasajeros y procuraba no alzar la vista. Era hora de encomendarme a mi dios.

Abrí el bolso de mano y allí estaba el libro de Le Clézio, una vez más, esperando.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Pero al final no diste pista de lo más importante ¿que te pareció el libro?