jueves, 27 de marzo de 2008

Un descanso

Mis primeros libros los leía subido a los árboles, como Cosimo, sentado en alguna rama, entre la modorra y el olor a pasto seco de las siestas de verano en Ezeiza. En invierno me instalaba en la terraza de mi casa de Flores y el atardecer se me venía encima pasando las hojas de alguna novela de Verne o Salgari.

Con los años, la lectura se trasladó por escritorios, pupitres, mesas de bares. Y los libros reemplazaron a las historietas en la cama, antes de dormir. Más tarde llegaron los transportes públicos, en los que aún sobrevivo cada día. También las veredas, el don de caminar a ciegas, con una historia entre las manos.

Los pisos de parqué del departamento de mi abuela donde devoraba Las mil y una noches. Las baldosas de aquel patio en el que descubrí el humo y En el camino. El techo descascarado de una habitación de hotel que se convirtió para siempre en Cielo protector.

Después de tantos cambios de hábitat, los lectores todo terreno nos merecíamos este descanso con biblioteca.




Via: Visión invisible