lunes, 27 de agosto de 2007

El Fantasista - Hernán Rivera Letelier

A la hora de la siesta, mientras "un sol de sacrificio fundía los ánimos de todo lo que respirara sobre la faz de la tierra", los vecinos de la salitrera Coya Sur en el desierto de Atacama vieron llegar a un hombre que caminaba "con la actitud y la pachorra de un crack".

El Fantasista llevaba bajo el brazo una pelota blanca con la que encadilaría al pueblo entero. Nadie había visto jamás algo semejante. Ese hombre era capaz de pasar horas haciendo "jueguito" sin dejar que el balón rozara el suelo. A una semana de la gran final contra sus eternos rivales, los Cometierra de la salitrera María Elena, los hombres y mujeres de Coya Sur han encontrado al "Mesías de la pelota blanca" y no van a dejarlo escapar.

Tal como establecen las reglas de la industria, el pueblo desaparecerá con la salina y sus habitantes se dispersarán por otros campamentos, donde un mismo sol incandescente se ocupará de resecar sus pieles y orear sus almas. Cuando termine el partido de despedida, el desierto volverá a devorar la plaza, el rancho, los recuerdos. Las lápidas del cementerio con sus flores de papel quedarán cubiertas por el polvo.

Entretanto, los coyinos se agitan con la urgencia de saldar cuentas pendientes. Por eso el Tuny Robledo -tímido conductor del equipo- apura su debut con la hija del presidente de la asociación de fútbol, "que cagaba hostias y meaba agua bendita", en el atardecer interminable del último sábado. Por eso el Choche Maravilla promete tres goles, uno por cada polvo que le robó a la gorda bizca, bajo el arco local, en la noche anterior al partido. Por eso el California se escapa con la colorada compañera del Fantasista y le hace recordar todo lo que había olvidado, mientras el Mesías revela por qué no nació para jugar y sólo puede hacer malabares con la pelota. Por eso el hermano Zacarías Ángel vocifera en la calle principal que el pueblo será arrasado a fuego y azufre como Sodoma y Gomorra. Por eso alguien susurra en la sombra del bar su última voluntad antes del fin del mundo: "¡Con tal qué el vino no se convierta en agua nomás, hermanito!".

Rivera Letelier nació en Atacama y trabajó como minero por más de treinta años. Escribía para despuntar el vicio en las interminables noches de la pampa blanca. Jamás se animó a confesárselo a sus compañeros porque "tenía miedo que creyerán que era maricón". Entonces comparaba sus poemas con los de Neruda o los de Octavio Paz y se decía en voz baja "¡Cuánto te falta, huevón!".

Un día, su novela La Reina Isabel cantaba rancheras se quedó con los principales premios literarios de Chile y la industria editorial encontró un nuevo working class hero para explotar. Pero el hombre de la salinas les hizo una finta digna del Fantasista, esquivó los mullidos sillones de los hoteles cinco estrellas y metió una segunda novela, Santa María de las flores negras, en la que relata la matanza de cerca de tres mil hombres, mujeres y niños en una escuela de Iquique, tras la gran huelga de los salitreros en diciembre de 1907. "Tenía que hacer algo por los obreros", explicó, por si quedaba alguna duda.

Ficha
El Fantasista
Hernán Rivera Letelier
Editorial Alfaguara
2007
Precio: $29

Para leer

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bueno el comentario, un resumen clarísimo del libro. Dan ganas de seguir leyendo a este autor.