viernes, 13 de julio de 2007

El rufián moldavo - Edgardo Cozarinsky

Mi abuelo Fernando había nacido en 1910 en Herrera Vegas, una estación del Ferrocarril Oeste, perdida en el pastoso corazón de la provincia de Buenos Aires, muy cerca de Bolívar. Aunque de acuerdo con la versión oficial, el pueblo recién se fundó un año después, lo cierto es que por esos tiempos había allí un almácén de ramos generales, con cancha de paleta y botellas de anís.

Al otro lado del mostrador de madera mi bisabuelo Ramón, dueño del establecimiento, le sacaba lustre a sus sueños de inmigrante y gambeteaba los desplantes de su esposa Luisa, aquejada por el mal de las féminas del siglo XIX: la histeria. Pese a su confinamiento pampeano, la familia se las ingeniaba para estar a la moda.

Fernando era el mayor de los tres hermanos y el primero en saltar el cerco. Con menos de 20 años se descolgaba de su habitación, rodaba por el tejado y caía sobre el césped del jardín, justo delante del Ford A. El coche había que empujarlo unos cientos de metros para evitar que con el arranque despertara a la familia, después darle a la manija y, si había suerte, la noche arrancaba a ochenta y capota baja por los caminos de tierra.

El destino era la Colonia Mauricio -o Algarrobo, en su versión criolla-, un asentamiento de inmigrantes judíos, que había nacido pocos años antes, cerca de Carlos Casares. Allí, la monotonía del campo se llenaba de acentos y melenas rubias escapadas de la Rusia zarista.

Sueños de emperatrices y labios florecientes que los muchachos de Bolívar se esforzaban por arrancar en los últimos compases de algún tango. Después, regresar, en el amanecer del domingo. Esconder el Ford A, dormir unas horas y llegar a tiempo a la misa donde espera la novia católica. La futura esposa, la que no pregunta nada, la que sabe todo.

El rufián moldavo recupera algo de esa pasión burguesa que aparece en las historias de un país donde todos eran tan nuevos, tan recién llegados. Por desgracia, se queda a mitad de camino entre una obra minimalista y una gran novela al estilo tradicional. Pero tiene el mérito de recordarnos hasta qué punto vivimos en un inevitable diálogo con nuestros muertos.

Imborrable: las viñetas del romance tanguero en el prostíbulo Granadero Baigorria.

Ficha
El rufián moldavo
Edgardo Cozarinsky
Editorial Emecé
2004
Precio: $23

Para leer

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