Días y Viajes - Paul Bowles
Me pregunto por qué me cuesta tanto escribir sobre ciertos autores como Bowles, Bolaño o Walsh. Me respondo lo esperable: me importan demasiado. Y es que para quienes no tenemos otra religión que la literatura, cualquier invocación resulta escasa a la hora de nombrar a ciertas divinidades. Sin embargo, sé que algo de ellos anidó en mí y allí vivirá por siempre, reseñas y falsificaciones al margen.
Un viejo libro de relatos de Paul Bowles me ayudó a cruzar el Atlántico para unir la Isla Tortuga de Salgari, con el Hafa Café marroquí, donde los fumadores de kif se juntaban a intercambiar historias del desierto, de cara al estrecho de Gibraltar. Ese viaje me enseñó a crecer sin miedo, me demostró que si lo deseaba de corazón, las aventuras no se terminarían con la colección Robin Hood.
Desde entonces, he buscado cada una de las páginas del nómade con esa pasión que sólo pueden entender los fetichistas del libro. Pregunté por él en cada feria, en cada librería, en todas las bibliotecas que visité. En los lugares más insólitos logré conseguir sus novelas, las narraciones de viajes, las memorias, las cartas. A lo largo de los '90 casi toda su obra estuvo más o menos accesible en Argentina, pero se perdió pronto y hoy sólo es posible dar con clásicos como El cielo protector o alguna antología de cuentos. Por eso cuando algunas semanas atrás encontré Días y Viajes en el Parque Rivadavia tuve que hacer un esfuerzo para que el vendedor no notara que estaba dispuesto a pagar lo que me pidiera por ese ejemplar ajado de menos de 200 páginas. Como para confirmar que el objeto mágico esperaba también por mí, el precio fue casi simbólico.
Después de tres años, tenía por fin algo nuevo de Bowles para leer, aunque debo confesar que no albergaba grandes esperanzas. El librito parecía uno de esos típicos compilados ideados por algún editor inescrupuloso capaz de publicar hasta una lista del supermercado con tal que lleve la firma de algún escritor de culto. La primera parte, Días, se vende desde la solapa como el "único diario existente de Paul Bowles, que relata su vida entre 1987 y 1989, centrado en Tánger". Ya en el prólogo, el viejo taimado destruye el mito y aclara que el diario fue un pedido de su agente y que él se limitó a hacer "lo que podía" por el proyecto, con el único objetivo de demostrar cómo las horas del día "pueden llenarse de trivialidades".
Un viejo libro de relatos de Paul Bowles me ayudó a cruzar el Atlántico para unir la Isla Tortuga de Salgari, con el Hafa Café marroquí, donde los fumadores de kif se juntaban a intercambiar historias del desierto, de cara al estrecho de Gibraltar. Ese viaje me enseñó a crecer sin miedo, me demostró que si lo deseaba de corazón, las aventuras no se terminarían con la colección Robin Hood.
Desde entonces, he buscado cada una de las páginas del nómade con esa pasión que sólo pueden entender los fetichistas del libro. Pregunté por él en cada feria, en cada librería, en todas las bibliotecas que visité. En los lugares más insólitos logré conseguir sus novelas, las narraciones de viajes, las memorias, las cartas. A lo largo de los '90 casi toda su obra estuvo más o menos accesible en Argentina, pero se perdió pronto y hoy sólo es posible dar con clásicos como El cielo protector o alguna antología de cuentos. Por eso cuando algunas semanas atrás encontré Días y Viajes en el Parque Rivadavia tuve que hacer un esfuerzo para que el vendedor no notara que estaba dispuesto a pagar lo que me pidiera por ese ejemplar ajado de menos de 200 páginas. Como para confirmar que el objeto mágico esperaba también por mí, el precio fue casi simbólico.
Después de tres años, tenía por fin algo nuevo de Bowles para leer, aunque debo confesar que no albergaba grandes esperanzas. El librito parecía uno de esos típicos compilados ideados por algún editor inescrupuloso capaz de publicar hasta una lista del supermercado con tal que lleve la firma de algún escritor de culto. La primera parte, Días, se vende desde la solapa como el "único diario existente de Paul Bowles, que relata su vida entre 1987 y 1989, centrado en Tánger". Ya en el prólogo, el viejo taimado destruye el mito y aclara que el diario fue un pedido de su agente y que él se limitó a hacer "lo que podía" por el proyecto, con el único objetivo de demostrar cómo las horas del día "pueden llenarse de trivialidades".
El resultado incluye retazos de la cotidianeidad de un Bowles que a los 78 años recibe la visita de todos los que están de ida por su vida y su obra. Así pasan por su casa de Tánger Bernardo Bertolucci -que prepara la película basada en El cielo...-, Patricia Highsmith, los Rolling Stones y hordas de periodistas de los principales medios de Europa que acuden en busca de unas palabras del gurú, con el oscuro deseo de que puedan ser las últimas.
La segunda mitad, Viajes, resulta mucho más potente. La prosa de Bowles aparece en su faceta más despojada y jugosa para dar cuenta de teritorios tan reales como inimaginables. París, Fez, Madera, Taprobane y, por supuesto, Marruecos, se desgranan en miles de cristales bajo los ojos de un viajero lisérgico que logra como nadie sintetizar el movimiento externo y el interno llevando al límite las posibilidades de la crónica. Es que Bowles no se apropia del género; lo agota, lo rompe en mil pedazos. Y nos hace desear que el viaje no termine nunca.
Ficha
Días y Viajes
Paul Bowles
Editorial Seix Barral
1993
Para leer
1 comentario:
Magnífico viaje, como siempre.
abrazo
Fernando
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