viernes, 18 de julio de 2008

El escritorio del escritor

Los lugares de trabajo hablan de los trabajadores, de lo que allí se hace, de aquello que de una u otra forma se convierte en mercancía. Y, alguna veces también, en obra de arte.

Después de leer El buda de los suburbios, yo pensaba que Hanif Kureishi era un escritor de bar. Sin embargo, con Intimidad y Mi oído en su corazón empecé a sospechar que podía tener un escritorio atiborrado de cosas que, al observar en detalle, dejara ver ciertas zonas del más tradicional empapelado british. Una cosa así...



El estudio de Martin Amis lo mostró ADN, en una entrevista publicada hace algunos meses. Excepto por la silla, que me recuerda a las de la casa de mi abuela, no cambiaría un solo detalle...


La guarida de Graham Swift es tan perfecta como su prosa, aunque demasiado fría para mi gusto. Quizá allí escribió El país del agua y Últimos tragos. Pero yo prefiero creer que en esa oficina de detective privado alumbró La luz del día, su novela "casi negra".



Virginia Woolf no deja dudas. La autora de Orlando ¿podría haber tenido un escritorio que no fuera éste?


Todas las fotos las tomé del informe especial Writers' Rooms que publicó The Guardian y en el que aparecen también las habitaciones de Rudyard Kipling, Roald Dahl, Bernard Shaw y muchos otros.

La nota me recordó la habitación del hotel Ambos Mundos en La Habana, donde Ernest Hemingway escribió Por quién doblan las campanas. Estuve ahí en enero del 2000 y unos días antes Ricardo Piglia había pasado por el mismo lugar. Su firma en el libro de visitas recuperaba una de sus antiguas pasiones y decía algo así como: "Una habitación de hotel es el mejor lugar para escribir una novela. Y ésta debe ser una de las mejores habitaciones para hacerlo".


Tras su paso por el Ambos Mundos, Hemingway alquiló la Finca Vigía, en las afueras de la capital cubana. En Islas a la deriva aparece una descripción del trayecto desde esa casa hasta el centro de La Habana que es uno de los textos más precisos y emotivos que he leído jamás. La Finca, hoy convertida en museo, es una casa tradicional de los años '20, a la que Hemingway le agregó una torre de tres pisos, independiente del edificio principal, en cuyo último piso él tenía su estudio.

La casa está repleta de parafernalia del autor de Fiesta: bibliotecas enteras, trofeos de caza, armas, cuchillos y botellas con bebidas que tienen más de 60 años. En el parque, además de las tumbas de sus amados perros, está el famoso yate de pesca con el que se aventuraba por el Caribe: el Pilar. ¿Hace falta que diga que el escritorio del Viejo, en lo alto de su torre, sigue siendo mi preferido?

3 comentarios:

Patricio Eleisegui dijo...

Escritorio de escritor. Lo veo como la máquina de "En la colonia penitenciaria" de Kafka...

Puede liberar del cuerpo. Puede torturar para siempre cuando la idea nunca llega... cuando el diálogo suena a mil diálogos (que nunca debieran escribirse)

Pero tiene que estar. En un hotel. En una casa tomada. En un agujero invisible...

La mesa de partos. Siempre tiene que estar. Aun cuando lo que nazca esté muerto antes de ser visto y abrazado...

Hernán Gilardo dijo...

A este post sólo le falta la foto de tu escritorio.

Nuncio del Mar

L. David Cáceres dijo...

Siempre he tenido algo de voyeur y, por ello, he sentido fascinación por introducirme en los escritorios ajenos. Muchas veces, también, he sentido interés por ver los escritorios de los bloggeros que leo a diario. Por ello te invito a colgar una fotografía que muestre tu lugar de trabajo. Simplemente, morbo voyeur.