Michel Houellebecq en Argentina: "No soy un cínico, soy un romántico"
No llegué a descargar las fotos que Patricio tomó con mi celular, tampoco tengo el audio, ni la desgrabación, aunque una buena parte pueden encontrarla acá. Pero no quería dejar de decir algunas cosas, compartir ciertas sensaciones antes de que se escapen para siempre.Michel Houellebecq se presentó anoche en la Alianza Francesa y a pesar de que su personaje de provocador full time lo precede como las risas idiotas del auditorio, mostró que todavía puede aportar algunas notas lúcidas a la sinfonía de sordos que nos aturde por estos días.
En primer lugar, recuperó el valor de una mirada sociológica mucho mejor que varios representantes académicos. Habló de los intelectuales que lo atormentan, de esa corriente que a partir de la Revolución Francesa y hasta principios del siglo XIX se dedicó a pensar una sociedad nueva, una humanidad para armar. Iluministas, positivistas y funcionalistas, con sus sueños de progreso que se fundieron al calor Hiroshima todavía tienen algo para decir cuando Houellebecq los hace hablar.
Claro que su evocación estuvo teñida de cierta nostalgia imperialista francesa: Comte, Alexis de Tocqueville, Fourier, los arquitectos del nuevo mundo. Mención aparte para Marx, a quien le dedicó un par de balazos como "se cobró las apuestas hechas por otros" o "la reducción a lo económico no sirve en absoluto". No obstante, dos minutos después no dudó en afirmar que 40 años de historia se explicaban en dos páginas de economía. Contradicciones entre pensador y personaje.
En el final, logró esquivar las preguntas que apuntaban a sus rutinas como escritor, tan usuales en este tipo de presentaciones. Las pocas frases que dedicó al oficio fueron para cuestiones que parecía tener muy resueltas en algún lugar detrás de su angulosa nariz y que revoleó a desgano, mientras sus dedos de ardilla estrangulaban la banda elástica de una Moleskine. Van algunas:
"Los escritores beben por la misma razón que lo hacen los obreros: porque realizan un trabajo de fuerza".
"El arte funciona al revés de la democracia: si uno toma en cuenta la opinión de varias personas el resultado es mediocre".
"No soy un cínico, soy un romántico, pero hay que tener en cuenta lo oscuro".



"Dios, las 6:45 y la mescalina ya se ha apoderado seriamente de mí. La carcaza metálica de la máquina de escribir ha virado de un verde opaco a una especie de azul fluorescente, las teclas centellean, rutilantes... Yo más o menos levito de la silla y quedo suspendido -no estoy sentado- frente a la máquina. Un brillo extraordinario lo recubre todo".






 


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